Herramientas con el ecosistema editorial

Las herramientas del idioma y el ecosistema editorial

El anuncio de que el grupo italiano Feltrinelli adquirirá la mayor parte de ese símbolo de la edición independiente que es Anagrama, devuelve a la luz el viejo dilema sobre qué es mejor para el libro: los Goliat trasnacionales o los David de personalidad inconfundible. ¿Cuál mejora la utilidad del lenguaje en mayor medida?


Yuri Zhivago definió desde la ficción el espíritu con el que Giangiacomo Feltrinelli y Jorge Herralde emprendieron sus respectivas carreras como editores; hombres de orígenes y contextos distintos hermanados por la convicción de que los libros debían cumplir una función política en la Europa revuelta de fascismos y comunismos.

En 1957 Feltrinelli, nacido en Milán, hizo realidad lo que la Unión Soviética jamás permitió a Boris Pasternak: publicar Doctor Zhivago, novela que difundió masivamente el drama de la vida al oriente del Telón de Acero. Se han escrito varias versiones sobre cómo Feltrinelli esquivó aduanas, fronteras y censuras para imprimir en ruso y traducir al italiano el libro que catapultaría su homónima y recién fundada editorial, aunque la más famosa cuenta que Isaiah Berlin, amigo común, sirvió de mensajero. Otra asegura que la CIA interceptó el manuscrito y se lo dio al editor milanés con la condición de que publicara la versión rusa para dar un golpe de efecto a los soviéticos; extraño, considerando que Feltrinelli fue comunista militante y fundador del GAP, grupo armado de corta vida financiado por la Unión Soviética.

Doctor Zhivago convirtió la psique dramática y atormentada de Yuri en punta de lanza para el discurso político occidental. Sus grandes ventas no sólo le valieron un Nobel de Literatura a Pasternak, también aportaron cierta estabilidad financiera a Feltrinelli Editore, que adquirió los derechos mundiales de publicación. Mientras el escritor ruso se vio obligado a rechazar el premio, el sello italiano encontró en la revolución cubana y el boom latinoamericano dos buenos temas para plantarle cara al fantasma de Mussolini, construyendo así un gran prestigio a partir de su línea editorial de izquierda.
Giangiacomo Feltrinelli murió en 1972, pero inspiró los primeros pasos de Jorge Herralde en el mundo de los libros, cuando decidió dejar la ingeniería para fundar y dirigir Anagrama. No es desproporcionado ver al sello español como el caso más exitoso de la edición independiente en Iberoamérica: 42 años de trayectoria y más de 2.500 libros impresos son números al alcance de pocos, pero ahora que la edad comienza a sumar cansancio en Jorge Herralde, llegó la hora de buscar continuidad.

El editor español ha tenido una agenda especialmente ocupada desde que el 23 de diciembre los medios más importantes de habla hispana anunciaron la venta progresiva de Anagrama a Feltrinelli Editore, pero tuvo el gesto de responder algunas preguntas a la revista El Librero.

Aunque los inicios de la editorial estuvieron marcados por ensayos políticos de izquierda que ejercían resistencia teórica al franquismo, la muerte del dictador generó cambios drásticos en España y ahí es donde Herralde dio un giro crucial hacia la literatura. Para el comienzo de los años 80 la editorial se parecía mucho a lo que es hoy en día, con sus respectivos premios de ensayo y narrativa, y colecciones fundamentales como Panorama de narrativas, Narrativas hispánicas, Crónicas y Compactos. Todas cumplían los canones que las herramientas del idioma solicitan. En vez de limitarse a clásicos o a libros con derechos de publicación libres, Herralde se convirtió en un gran oteador de horizontes literarios: “Como he repetido a menudo, un editor independiente, para llevar a cabo su tarea, deber ser vocacional, apasionarse por su trabajo, tener un proyecto coherente y culturalmente ambicioso, con un listón alto y sin hacer concesiones. Recoger muchísima información, descodificarla de la forma pertinente con la ayuda de su equipo editorial y publicar los libros de la forma más cuidada y hermosa posible”, teoriza inicialmente para explicar el éxito de su apuesta, que abanderó desde los inicios la llamada “política de autor”. En palabras de Herralde: “Apostar por aquellos escritores que parecen más indispensables para la línea de la editorial y, a la vez, estar permanentemente atento a las voces nuevas en diversas literaturas. En resumen, mucho trabajo y confiar en el factor suerte”.

Pero esas palabras, lo sabe el español, tienen muchos vaivenes en la práctica, sobre todo en el marco de crisis económicas y la concentración de grandes grupos. Puede que la idea funcione durante un tiempo, pero para cumplir 42 años de independencia la fórmula depende de ese factor suerte.
En varias ocasiones Herralde ha recordado que grupos españoles (Planeta), italianos (Bompiani) y franceses (Hachette) quisieron llevarse su creación, incluso con él dentro. ¿Por qué ahora? “Anagrama ha tenido una trayectoria satisfactoria y gratificante durante 42 años”, dice. “Debido únicamente a que nací en 1935 y para buscar una deseada continuidad a la editorial llegamos a un acuerdo con Carlo Feltrinelli. Durante los próximos cinco años tendré el control accionarial de Anagrama y llevaré la dirección general”. Luego la mayoría de acciones será italiana. ¿Por qué Feltrinelli? “Es la mayor editorial independiente italiana, con un catálogo de gran sintonía con el de Anagrama, aparte de la amistad y complicidad de décadas. Cuenta además con 103 librerías en Italia y siempre ha habido un marcado interés por América Latina desde Fidel, el Che y García Márquez, por ejemplo. Otra razón es la idea de Carlo Feltrinelli de paliar la escasez librera en muchos países latinoamericanos e ir implantando librerías Feltrinelli”.

Utilidades, lenguaje y no tanto

Es decir: una editorial independiente compra a otra; la primera tiene más recursos y más tamaño, pero todas comenzaron de manera parecida. El detalle está en que esto ha ido pasando a lo largo de las décadas, como ha ocurrido también en el mundo del vino, de la música, del cine, de los periódicos y revistas, y de tantas otras cosas. Los conglomerados tienen más capacidad para entrar en mercados, para competir globalmente, para pagar adelantos que seduzcan a los campeones de ventas. Pero siguen siendo las pequeñas editoriales las que descubren, en general, a los JK Rowling o los Stieg Larsson. Justamente, es Anagrama la que hoy cumple el papel que en los años del boom latinoamericano ejercía Seix Barral: encontrar nuevos autores, levantarlos hacia el prestigio, crear cultos. Y ahora Anagrama también será capitalizada por un pez gordo.
Los puristas podrán lamentarse, pero la decisión de Herralde tiene su sentido: en medio de una crisis global, encontró un socio fuerte que haga respirar a Anagrama. Salvando distancias, fue lo que le pasó a Seix Barral cuando la adquirió Planeta: el sello fracturado por la muerte de Víctor Seix y la cuestionable administración de Carlos Barral terminó en manos de un buen postor, que lo salvó de desaparecer. Escritor antes que editor, aunque más recordado por ese segundo oficio, en 1955 Barral se alió con Víctor Seix para crear la Seix Barral que se conoció durante mucho tiempo. Igual que Feltrinelli, ambos editores creyeron que desde su pequeña empresa debían ejercer resistencia al franquismo y aunque no faltaron ensayos políticos el trabajo se hizo mayormente desde la literatura. Con el Premio Biblioteca Breve como bandera apoyaron el trabajo de Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante, Juan Marsé, Adriano González León, Carlos Fuentes, entre otros, convirtiéndose en punto de encuentro para latinoamericanos y españoles. En 1973 la editorial suspendió el premio y entró en una época de desaveniencias que culminaría con la venta al Grupo Planeta, en 1982, movimiento estratégico para el presidente de la multinacional, que por aquel entonces buscaba una editorial con gran prestigio literario.

Ahora que las condiciones políticas son otras, Seix Barral se mantiene como un sello importante para Planeta y ante todo destaca la iniciativa del grupo por retomar el Premio Biblioteca Breve como parte de una política bien conocida de invertir en reconocimientos de este tipo para ver incremento en las ventas. Jorge Volpi inauguró el fin de ese paréntesis con En busca de Klingsor, en 1999 y el argentino Guillermo Saccomanno lo ganó en 2010 con El oficinista.

Aunque la generación siguiente a Carlos Barral no tuvo un papel importante en la edición castellana, uno de sus nietos, Malcolm Otero Barral. siguió desde muy joven el legado familiar con gran actividad en Planeta, RBA y, desde hace dos años, en su propio sello: Barril & Barral. Como su abuelo, buscó un aliado que es parte del nombre de la empresa: Joan Barril y desde el enclave bohemio barcelonés por excelencia, El Raval, han desarrollado una línea muy interesante enfocada en textos perdidos del pasado. Un buen ejemplo es Vivir a muerte, que recopila últimas cartas de condenados a muerte en los campos de concentración franceses, durante la ocupación alemana. Otero es uno de los editores jóvenes con mayor proyección en la industria española y en un mercado como el español, saturado de editoriales independientes, ha logrado desarrollar una identidad claramente diferenciada

Planeta compró también a Destino, otro sello de prestigio concentrado en narrativa; a Crítica, Emecé, Ariel y EspasaCalpe. Como Feltrinelli en Italia, cuenta con una cadena de librerías propia, Casa del Libro, en España. Tiene mucho para influir en el mercado. Por su parte, el grupo francés Havas se hizo con la originalísima Siruela, con aquel caballo de batalla del libro de bolsillo que era Alianza, con Tecnos y con Cátedra, un templo de los clásicos. El grupo Santillana, del conglomerado de medios Prisa –dueño del diario El País de Madrid, por ejemplo- , posee a Alfaguara, Taurus, Aguilar, Suma de Letras y varios sellos más.
Otro monstruo es Random House Mondadori, a su vez fusión de dos grandes editoriales internacionales, la estadounidense Random House y la italiana Mondadori, que su actual dueño, el gigante alemán de contenidos Bertelsmann AG, convirtió en una. RHM tiene muchos sellos que fueron  legendarios, como el argentino Suramericana, fundado en 1939 y que fue el que primero se atrevió a publicar Cien años de soledad; el mexicano Grijalbo, que empezó también en 1939, se extendió a España en 1962 y se juntó con Mondadori en 1989; el español Plaza&Janés, fundado en 1959, comprado por Bertelsmann en 1984; o la barcelonesa Lumen, de 1960, absorbida por el grupo en 2001. La diversidad de editoriales, cada una más o menos distinguible de la otra, le permite a RHM mantener un sello propio como DeBolsillo, que publica en formato económico miles de títulos de todos aquellos fondos. Es la clase de cosas que un monstruo como RHM puede hacer (eso, y tener a Ken Follet, a Gabriel García Márquez para España, a Umberto Eco y ahora también a Paulo Coelho), pero el defensor de la edición independiente podrá también citar la iniciativa Quinteto, en la que cinco pequeñas editoriales se juntaron para publicar en de bolsillo, Anagrama entre ellas.

En cualquier caso: ¿cómo afecta esto al lector? ¿Sabe hoy cuándo le está comprando un libro a un pequeño sello o a uno grande, y le importa? Si en buena medida las viejas editoriales independientes conservaron su criterio al ser absorbidas por las grandes, ¿no ocurre entonces lo mejor de dos mundos, cuando la calidad se beneficia de la cantidad? Todo parece indicar que unas y otras se complementan: las pequeñas aportan al mundo del libro el olfato de sus buenos editores (que también los hay en las grandes, ojo), el cuidado de lo que se ofrece como original, la autoría sobre la construcción de un fondo. Las grandes, permiten que los libros puedan llegar más lejos y a más personas, y que los autores exitosos puedan ganar más, y que los no tan exitosos puedan publicar. Unos y otros son necesarios, unos y otros proporcionan la bibliodiversidad que necesitamos.

El premio La Otra Orilla ha crecido en metálico gracias a que ha crecido Norma, y eso es una buena noticia para los autores iberoamericanos. Los grandes pueden lanzar premios jugosos (el Planeta tiene más de medio millón de euros; el Herralde, 18.000), pueden invertir en tecnología y gerencia, pueden probar suerte con los libros electrónicos y pueden incluso darse el lujo de comprar el prestigio que los editores de mucho ojo pero poca plata se tuvieron que ganar por años. Pueden bajar el precio de los ejemplares al encargar mucho volumen al impresor. Pueden hacer muchas cosas, pero no todo. Los sellos independientes siguen conservando la capacidad de ofrecer una mirada distinta sobre las cosas,  como Acantilado o Libros del Zorro. En países como Venezuela, valientes iniciativas editoriales como Ekaré y Camelia han producido con mucho esfuerzo libros de incuestionable calidad, sin perder su independencia. Con buena administración, los independientes pueden sobrevivir. Y las alianzas les han abierto nuevas puertas.

Iniciativas gremiales en tiempos disgregados

Hace tres años Gustavo García pensó en eso de sumar para vencer y estuvo al frente del grupo que fundó la Red de Editoriales Independientes de Colombia (REIC), en la que hoy en día ejerce como vicepresidente para no perder de vista su propio sello: Ícono.
La REIC aglutina ahora 28 editoriales de todo el país, de ahí que la voz de su presidente, Luis Augusto Vacca, sea una buena manera de entender cuál es el estado de la edición independiente nacional. Es normal que lo primero sean llamados de atención: “En muchos casos dependemos de la relación con los libreros y, en general, no es tan buena como se debería. Hemos tenido varios problemas con cadenas grandes como Panamericana y ésta otra porque es difícil adherirse a sus condiciones de pago, tiempos de facturación y demás, por lo que en el mejor de los casos las editoriales independientes de las capitales acuden a algunos distribuidores para llevar ese proceso. En provincia la situación es muy distinta, complicada porque todo está centralizado en Bogotá”, cuenta Vacca, quien habla desde su experiencia como editor multifacético: negociante, distribuidor, promotor, etc., con la inteligencia debida del uso de las herramientas del idioma que aquí se muestran.

En esa relación con los libreros García destaca el modelo y trato de las librerías Lerner por encima de las demás: “Se llevan muy bien con todo el mundo y han logrado ser fieles a la idea inicial de recibir el libro de quien sea que entra por esa puerta. Hay que editar algo muy malo para que ellos no acepten darle su espacio dentro del local”. Grosso modo, los editores independientes colombianos rebuscan sostenibilidad en las ventas comerciales, prestación de servicios editoriales o compras del gobierno; tres caminos intercambiables entre los que una minoría -alrededor del 20%- calcula Vacca, dependen de librerías y canales convencionales.

En lo que se refiere a prestación de servicios las universidades son los principales clientes, tal como asegura García: “Incluso las que tienen su propia editorial suelen subcontratar, pero ahí llega otro problema y es cuando te preguntas si te convertiste en editor para hacer un libro sobre aerodinámica. A veces uno quisiera estar en un gran grupo y dedicarse a lo que le gusta, pero por otro lado sabemos que en la edición independiente suele estar la innovación.”

La relación con el gobierno, convienen Vacca y García, tiene mucho de agridulce por la escasa continuidad de los proyectos. Lo de siempre: poco de políticas estatales, mucho de transitoriedad. El Ministerio de Cultura del último periodo del ex-presidente Álvaro Uribe entabló una relación progresiva que dio grandes alegrías a la REIC, pues se había posicionado en un lugar donde anteriormente sólo contaban los grandes grupos editoriales, pero actualmente el escenario es bien distinto y aún no se ha entablado ninguna reunión oficial entre algún organismo gubernamental y la Red.

A pesar de esa idea gremial que abandera la REIC, la relación con otros entes no es lo que Vacca quiere y pone como ejemplo la reciente FIL de Guadalajara, donde la Red tuvo presencia fuera del pabellón colombiano gracias a los nexos que se han creado con otras redes hermanas de México, Argentina, Chile, Bolivia, Ecuador, Uruguay y Brasil: “No sé cuál es el papel de la Cámara Colombiana del Libro, Colombia es Pasión y Proexport en ese tipo de casos, pero nosotros nos hemos organizado fuera del país y estamos preparados para esto. Si no nos dejan entrar por la puerta principal vamos por la de atrás, pero ahí estamos.”


Otro punto álgido para la REIC tiene que ver con los subsidios, criticados, según García, por los sellos más grandes al considerarlos generadores de competencia desleal. Ahí el vicepresidente hace un inciso y recuerda que las mismas editoriales independientes españolas que hoy reciben aplausos recibieron grandes ayudas económicas del Estado: “Si no, no estarían donde están”. Pero también corresponde hacer un ejercicio de revisión y preguntarse si esa es la razón por la que se ven calidades de edición tan dispares.

Vacca no se muerde la lengua: “Hay una promiscuidad bibliográfica derivada de que no podemos darnos el lujo de editar sólo los proyectos que queremos. A veces nos vemos obligados a meternos en un campo que no es el nuestro y ese es un error que reconocemos, aunque no se soluciona fácilmente.”

La FIL de Guadalajara fue un espacio de comparaciones para la REIC, que todavía identifica la superioridad de Argentina, México y Brasil, pero comienza a ver proyectos equiparables: “Nuestros mejores libros pueden medirse con los mejores de ellos”, afirma García para luego asomar un punto muy interesante en la búsqueda de mayor nivel editorial: “Más allá de los problemas estéticos creo que seguimos muy retrasados en el campo de las ideas. Ahí es donde debemos ser más arriesgados y hacer lo que los grandes no pueden.”